Velluda

Los complejos no son bonitos, y todo porque, si tienes uno, o varios, te hacen sentir mal contigo mismo, te hacen esconderte, te hacen ser tímido, te provocan vergüenza... aún cuando hay muchas personas que están igual o peor que tú. Pero lo peor de lo peor es tener un complejo el cual no muchos tengan, es decir, un defecto fuera de lo común, del que sólo pocos, muy pocos, saben qué se siente.

La gordura, las orejas hacia adelante, la ceja unida, el lunar abultado, los pies grandes, las piernas flacas, las pompas de tabla... en fin, hay muchas características físicas que "no son adecuadas estéticamente".

Mi primer gran complejo apareció en la primaria. Normalmente los complejos resultan cuando te empiezan a interesar los seres del sexo opuesto, porque es ahí cuando desearías ser atractivo para él o ella; pero para mí no fue el caso, mi primer gran complejo apareció al ver que entre los demás especímenes raros de mi escuela, no había ninguno que tuviera el mismo defecto que yo, tal defecto fue 'tener vellos en los brazos'. Claro, había niños con vellos en los brazos, pero ¿niñas?, niñas con vellos en los brazos no había ni una sola además de mí.

Mis vellos eran castaños claros, es más, hasta brillaban como oro con el sol; algunos adultos me decían que eran muy bonitos porque brillaban. ¡Pero a mí no me iban a hacer mensa! Por más que utilizaban la palabra bonito, bien sabía que yo era una especie rara, más rara que las especies raras existentes en mi escuela. Eso me hacía esconderme y tener mis brazos siempre atrás.


La época de frío me gustaba porque usaba ropas de manga larga y no tenía por qué ocultarme, pero, pronto se llegaba el verano y otra vez el complejo se asomaba. Luego decidí usar siempre ropas de manga larga, incluso en las épocas de calor. Casi siempre llevaba la chamarra del uniforme, y así estuviese asándome de calor, valía la pena el sufrimiento con tal de no sufrir la vergüenza. (Pobre de mí). Llegué a pensar que toda mi vida tendría que cubrir mis brazos, eso si no moría de deshidratación primero.


Un día, llegó de improviso al salón el hijo de mi maestra, que por cierto era guapo. Todas las niñas estaban (¿o debería decir estábamos?) encantadas con él, pues además de ser guapito, era simpático y nada creído. No sé por qué diablos, pero al final del día tuve que quedarme con la maestra en el salón y su hijo seguía ahí. Estuve platicando un rato con el tipejillo -a lo mucho tendría unos 15 años-, mientras la maestra sabrá Dios dónde se habría metido; él, al verme con la chamarra puesta en medio de tanto calor, me investigó. Terminé diciéndole mi gran complejo: mis vellos y la gran desgracia que representaban para mí. Luego, me dijo algo que cambiaría mi perspectiva:

A mí sí me gustan... Que no te de pena tu cuerpo. No a todas las personas les gustan las mismas cosas; lo que es feo para unos es bonito para otros, y seguro habrá algun muchacho que se enamore de tus vellitos y de ti, y te querrá toda completa.

De haber podido pensar un poco más, me habría dado cuenta que lo que me decía aquel tipejillo era casi un acoso o una proposición, pero nunca lo noté por estar inmersa en el problema velludo que me acechaba. Lo bueno, fue que me levantó los ánimos y la perspectiva cambió. Ahora en adelante, mis malditos vellos se convirtieron en ¡mis chulos, adorados y siempre brillantes vellos!

Jajaja...